Participación y abstención electoral en Chile

Las elecciones municipales han vuelto a poner en la agenda el fenómeno de la abstención. Se ha dicho que la elección del próximo domingo será la que tendrá la más baja participación electoral desde el retorno a la democracia, llegando a compararla con procesos electorales de la primera mitad del siglo XX. También se ha dicho que el gran salto de la abstención electoral se produjo en 2012 producto de la ley de inscripción automática y voto voluntario.

Una mirada alternativa a la abstención electoral permite ver que la caída de la participación es un fenómeno que se ha presentado de manera paulatina desde 1990 hasta 2013, sin que exista una explosión del abstencionismo electoral después de la ley de voto voluntario, pues todo depende de las categorías de análisis que usemos para aproximarnos al problema.

Si usamos las categorías más clásicas, es cierto que las participación cayó de manera abrupta después de la ley de voto voluntario, pasando de un 87,67% en las elecciones legislativas de 2009 a un 49,25% en las de 2013. Pero esto no es porque haya votado mucha menos gente en términos absolutos, sino porque el cuerpo electoral creció en más de un 60%.

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Fuente: IDEA International

El padrón electoral en 2009, esto es los ciudadanos que voluntariamente habían acudido a una junta inscriptora a registrarse para votar, era de 8.265.186 ciudadanos, mientras que en 2013, después de habilitar la inscripción automática, el padrón llegó a 13.573.143 votantes potenciales, un crecimineto de 63%. Pero este cálculo es solo en base a los ciudadanos inscritos en los registros electorales y no considera el número creciente de ciudadanos que, sin tener ningún impedimento para inscribirse, no lo hacía y quedaba de este modo fuera del cuerpo electoral habilitado para sufragar. Sabemos que desde 2012 eso cambió y todos los ciudadanos mayores de 18 años quedan automáticamente inscritos en el padrón.

Elecciones legislativas

Para hacer que la serie de datos sea comparable a lo largo del tiempo y no aparezcan cambios bruscos en el nivel de participación resulta más adecuado utilizar como categoría de análisis la población en edad de votar. Para ello he llamado «abtención absoluta» a la cantidad de ciudadanos mayores de 18 años. Esto genera que hasta 1973 hubo aumentos importantes de votantes pues el derecho a voto se amplió primero a las mujeres y luego a los analfabetos. En el intertanto se introdujeron fuertes medidas para incentivar el voto. La fuente de los datos de la base de IDEA International.

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En el caso de las elecciones legislativas, las que fueron asincrónicas con las presidenciales hasta el 2001, tenemos que la mayor variación de electores ocurre en 1965, cuando la cantidad de votantes aumentó en un 69,8%. Después de la larga noche de la dictatadura, la cantidad de votantes practicamente se duplicó respecto de la última elección legislativa de marzo de 1973, aumentando en 1989 un 94,2%. A partir de ese año las variaciones de la cantidad absoluta de electores ha sido mucho más tenue: 2,7% en 1993, -4,2% en 1997, 0,2% en 2001, 2,5% en 2005, 0,8% en 2009 y la caída de -8% en 2013. Es cierto que la caída de 2013 es la más significativa en toda la serie de datos, y sin duda que la ley de voto voluntario tuvo influencia pues generó un cambio en los incentivos, pero es mucho menos abrupta de lo que algunos analistas y opinólogos han señalado. En las legislativas y presidenciales (primera vuelta) de 2013 votaron 579.015 ciudadanos menos que en 2009.

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Entre 1945 y 1973 la cantidad de ciudadanos en edad de votar que no lo hacían -porque no se inscribían, porque no iban a votar o porque no poseían derechos políticos– muestra una curva descendiente con solo un año en que hubo un comportamiento disonante con la tendencia: 1969. En 1973 la cantidad de ciudadanos en edad de votar que no lo hizo llegó a su nivel más bajo en la antigua democracia, un 36,8%. La serie parte en 1945 con un 86,9%.

En la democracia restaurada, después de 1989, el porcentaje de ciudadanos en edad de votar que no lo hace ha crecido de manera constante. En la primera elección de 1989 era de solo un 13,7% y en 2013 fue de 46,3%. Pero no hay una explosión del abstencionismo absoluto, por el contrario, hay un crecimiento paulatino aunque constante de ciudadanos que cumpliendo todos los requisitos para inscribirse y votar, deciden no hacerlo.

Elecciones presidenciales

En el caso de las elecciones presidenciales el fenómeno es bastante similar.

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*Participación en la segunda vuelta.

La participación sobre el total de inscritos entre 1946 y 1970 en elecciones presidenciales se movió entre un 75,93% en 1946 y un 86,81% en 1964. En la última elección presidencial antes del golpe de Estado de 1973 la participación llegó a 83,47%. Después del retorno a la democracia la participación alcanzó un 94,72% en 1989 y después de la ley de voto voluntario, producto del abrupto aumento del cuerpo electoral que ya mencionamos, la participación en términos relativos llegó a un 41,98%.

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Entre 1946 y 1970 se produjeron aumentos significativos de electores en la vieja democracia. En el año 1946, cuando fue electo el presidente Gabriel González Videla, votaban solo los varones que sabían leer y escribir, alcanzando una participación absoluta de pocos más de 479 mil votantes. En 1952 las mujeres votaron por primera vez en elecciones presidenciales, casi duplicando el cuerpo electoral respecto a la elección anterior. A fines de los 50 se introdujeron incentivos que hicieron que el voto fuese obligatorio en la práctica y para mi 1964 la cantidad de votantes nuevamente se dobló respecto a la presidencial de 1958.

Después de la dictadura, en 1989, la cantidad de electores aumentó más de un 140%, llegando a 7.157.725 ciudadanos ejerciendo su derecho a sufragio. La cifra de votantes se mantuvo estable durante todo el periodo en torno a los 7,2 millones de electores que participaban en las elecciones, llegando al año 2013, cuando en la segunda vuelta de ese año la participación absoluta cae un 20,9% respecto de la segunda vuelta del año 2010 en la que fue electo el presidente Sebastián Piñera. Es la caída más significativa del periodo y sin duda que está influida por la posibilidad de no ir a votar sin sanciones de por medio.

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La cantidad de ciudadanos en edad de votar que no lo hacen fue cayendo progresivamente desde 1946 a  1970 producto de las reformas que ampliaron la inscripción y que hicieron el voto una obligación. Desde fines de los 50 votar en las elecciones era requisito para acceder a trámites y beneficios del Estado y para realizar otro tipo diligencias en el sistema financiero, las cajas de previsión, etc. Es decir, existía como ciudadano solo quien votaba. Pero desde 1989 en adelante las sanciones por no votar no solo no eran suficientemente duras, sino que los ciudadanos podían libremente elegir no inscribirse en los registros. Así la cantidad de ciudadanos en edad de votar que no ejercía su derecho fue creciendo progresivamente hasta llegar a un 54% en 2013.

Conclusiones

De los datos anteriores se desprenden varias conclusiones.

  1. La abstención electoral no es un fenómeno nuevo ni causado por la ley de voto voluntario. Dadas las categorías que tradicionalmente se han usado para medir la participación electoral (votantes sobre inscritos) es natural que haya sido la elección de 2012 y posteriormente la de 2013, las que causaron mayor alarma, pero lo cierto es que la caída de la participación es un fenómeno que no se ha detenido en los últimos 26 años de democracia.
  2. El voto obligatorio hasta 2010 ocultó los niveles de abstención, pues se consideraban solo aquellos que se inscribían, aun cuando el número de inscritos crecía a una tasa mucho más lenta que la población en edad de votar.
  3. El voto voluntario no hizo que la gente que no se estaba inscribiendo fuera en masa a votar, pero tampoco generó una catástrofe en cuanto a la participación. Si bien la tendencia decreciente de votantes se ahondó debido al nuevo marco institucional, esta caída no empezó en 2012.
  4. Es poco ilustrativo comparar la democracia anterior a 1973 con la democracia posterior a 1990. Antes de 1973 existían medidas de obligatoriedad del voto que generaban potentes incentivos para ir a votar, como la necesidad de haber participado en las elecciones para acceder a beneficios del Estado y realizar trámites en servicios públicos. Por lo tanto, es errado decir que el voto antes de 1973 era una especie de panacea democrática. Lo cierto es que existían fuertes medidas para obligar a los ciudadanos a ir a votar. Además, el cuerpo electoral tenía grandes espacios para crecer: mujeres, campesinos, analfabetos. Ese fenómeno no ocurre después de 1990.

Finalmente, me parece un error evaluar la salud de la democracia actual basados en la participación electoral y mirar con nostalgia la democracia previa a 1973. Existe todavía una gran brecha entre lo que sabemos de la democracia que colapsó con el golpe de Estado y su funcionamiento real.  Se han construido mucho mitos en torno a aquella y se tiende a denostar la actual como insuficiente.

Ciertamente mayores niveles de participación electoral muestran una sociedad más politizada, pero no son necesariamente evidencia de una democracia de mejor calidad. La caída de la participación tiene que ver más que con la obligatoriedad o voluntariedad del voto, con problemas en los mecanismos de representación y de las estructuras de intermediación posterior a 1990. La existencia de fuertes sanciones a quienes no votaban antes de 1973 impiden distinguir a aquellos ciudadanos políticamente movilizados que sentían que su voto podía cambiar la realdiad política del país de aquellos que iban a votar porque necesitaban hacerlo para poder solicitar servicios del Estado.

Por esto, el voto obligatorio solo serviría para esconder una realidad más preocupante de la democracia chilena y los actores que le dan vida: los ciudadanos no están obligados a participar por medios legales ni se sienten invitados a hacerse parte de una democracia que perciben cooptada por otros. El corolario de todo esto es que la abstención es solo una consecuencia de una ciudadanía de baja intensidad y para resolver el problema –asumiendo que la abstención lo es– hay que ir a la causas subyacentes que la originan y no quedarse en los mecanismos legales que obligarían a los ciudadanos a ir votar pero que los mantendrían excluidos del proceso político sustantivo.

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